28 abril 2013

525. Este corazón que llora

Santander, 28 de abril de 2013

Yo ahora tendría que estar en un Cerro, el del Águila, contigo, con vosotros... Sin embargo, al igual que ya ocurriera en 1998, también diez años después, en 2008, hoy estoy a más de mil kilómetros de distancia, lejos del sonido del pito y el tamboril, alejada de ese olor a caldereta, a mucha distancia de esa ermita encalada que te sirve de refugio.

Hoy, al igual que hace quince y cinco años, la misma desazón me ha invadido, la misma melancolía por no haber podido rodearme de la familia, de los amigos, por no haber podido acompañar a los mayordomos en el día grande de esta romería que es de todos, también mía.

El problema de hacerse mayor es que aumentan las responsabilidades, que ya no es tan sencillo dejarlo todo a la ligera, menos los trabajos, y esas vacaciones impuestas que te obligan a adaptar tu calendario a otros rigores que nada tienen que ver con los tuyos. Hoy me siento triste, sí, mi corazón parece llorar y se me ha formado una especie de nudo en el estómago difícil de explicar a quién nunca ha vivido una romería, a quién nunca ha sentido que esa imagen de madera despierta sentimientos y valores devaluados en una sociedad que poco a poco va perdiendo sus principios.

La nostalgia se cebó conmigo desde el mismo jueves, cuando de buena mañana no pude escuchar los cohetes que me anunciaban en Huelva la salida de la hermandad para la que ahora escribo. En Cantabria todo era silencio. ¡Qué diferencia de otras mañanas cuando como un resorte saltaba de la cama para acompañar al simpecado onubense hasta la gasolinera de La Orden!

Ayer, sábado, al salir del trabajo, me reuní con mis amigos. Enseguida detectaron que algo iba mal, que mi estado de ánimo estaba alterado, decaído. Ellos saben lo que significa para mí esa romería, esa Virgen de la Peña que a todos ellos acompaña desde una estampa. Sin embargo, por mucho que conozcan los detalles, no llegan a comprender lo que puede significar para un peñero no acompañarla en su día grande, no verla pasear majestuosa, a hombros de sus devotos, entre vítores y cantes que se hacen  más intensos a medida que la comitiva avanza.

A mil kilómetros de distancia es más fácil olvidarte de todo, mirar para otro lado e iniciar una nueva etapa que en cierto modo es una especie de ruptura, de fractura con todo lo anterior. Si soy sincera, yo también lo hago. Vives el día a día de tu nueva vida y muchas veces no hay tiempo ni para mirar atrás, ni para el recuerdo de que lo que eres hoy se ha ido forjando con el ayer, con el antes de ayer. Sin embargo, llegan estos momentos puntuales donde recuperas el de donde vienes y lo que eres gracias a eso, a unos padres que sin querer te contagiaron ese amor profundo por una tierra y por una imagen a la que hoy no puedo rezar frente a frente.

Mañana seguro que amanece de nuevo y yo pensaré en 2014, en un próximo año donde haré todo lo posible para estar ahí, con los que también forman parte de mi, con vosotros, contigo y junto a ti para lanzarte desde dentro un sentido y clamoroso ¡Viva la Virgen de la Peña!