24 mayo 2010

391. Paciencia y sonrisa

Yo solo la pedi salud y de pasada, pero muy de pasada, algo más. Tenía muy claro qué era lo importante, que me la conservara como estaba. Ni siquiera me excedí. Incluso hubo un momento que me ilusioné más de la cuenta y me ví cumpliendo su promesa, allí, aunque mi padre tuviera que subir con el banderín en el coche en lugar de coger un caballo. En cualquier caso a la vista está que me ha fallado.

Si pierdo la fe, me tengo que agarrar a ella como sea, muchas cosas perderán también sentido. Ahora mismo comprendo al personaje de la novela de Unamuno. Sin embargo, hoy ha sabido disimular pero eso no basta. No quiero que disimule ante mí, aunque en el fondo si hablo con ella como si nada, si la veo que admite lo lento del proceso, comienzo a respirar. Necesito oirla reir, con esa risa tan característica, esas carcajadas que ya no me acuerdo cuando las escuché la última vez.

Ya he descartado lo de los vuelos, demasiadas malas combinaciones, tanta compañía de low cost y ninguna que realmente me dé solución a mis problemas. Tampoco sé hasta qué punto sería bueno irme para allá unos días, la despedida sería aún peor, lo sé, no sería la primera vez. Solo nos queda esperar. La operación en sí misma no es complicada pero sí todo el entorno de enfermedades que la rodea. Anoche se llevó otro susto y me le imagino a él. El miedo tiene que ser tan grande!

Paciencia y sonrisa. Esas deben ser mis compañeras de viaje.

18 mayo 2010

390. Mi pilar

Uno de los pilares de mi vida, quizás el más importante, vuelve a temblar, vuelve a tambalearse. ¿Por cuánto tiempo esta vez? Pufff, eso nunca se sabe. Ahora, cuando parecía que de nuevo se había estabilizado, que no se predecía ningún nuevo terremoto que pudiera hacerlo peligrar una vez más, de pronto, zas, todo vuelve a caerse y empezamos otra vez desde el principio, ya no recuerdo ni siquiera cuanto tiempo lleva así, tres años, cuatro... ¡demasiado tiempo para la paciencia de alguien como ella!

Es en estos momentos cuando me doy cuenta de qué es lo que merece y no merece la pena, qué es lo que debo cuidar y qué debo dejar a un lado pero acostumbrada a escuchar todos o casi todos los días su voz, tres días sin oirla pueden conmigo. La distancia, a veces, sí que la marcan los kilómetros!

Es algo que me descompone por dentro, que me deja sin aliento, con pocas fuerzas para lucir sonrisa. Sin embargo, hace tiempo comprendí que mis problemas tienen dueño y que al resto de la humanidad, salvo cuando ya no puedes ocultarlo por más tiempo, debes seguir como si nada, porque es egoista pretender que la atención se centre en ti misma, cuando tu ni siquiera eres el problema. Otro síntoma de madurez. Cada uno lidia con sus propios bueyes y yo optimista por naturaleza, no puedo ni quiero pretender que mis bueyes lo manejen otros. Y es algo que empiezo a tener claro, aunque no sea nada fácil. Pero no hay más que mirar alrededor para ver que la tristeza o la rabia, ambos sentimientos se entremezclan, son un mal común para muchas personas, demasiadas.

No obstante, ¡¡es tan injusto!! Ver que tanta vitalidad, tanto coraje y tanta fuerza se esfuman como esas piezas de domino que se derrumban paulatinamente con un sólo soplido,ver como su voz se vuelve un hilo y ni siquiera saber qué decir para animarla, ni a ella ni a él.

Y, después de todo, siguen esforzándose por disimular, ambos dos, que aunque nada va bien, desde aquí no tenemos de qué preocuparnos. ¡Cómo se consuela un desconsuelo! Ahí aún me queda una gran asignatura pendiente.

16 mayo 2010

389. Para F.O. o fatiguitas

Para ese gran padre que sigue siendo fiel lector de este blog pero que creo que jamás ha dejado un comentario. Es guay que pasen años sin vernos y que, sin embargo, siempre parezca que fue ayer.

Mi compañera de piso del primer año en Sevilla, L., siempre decía que sabía cuando un amigo era auténtico porque podía llevar años sin verle pero que, al hacerlo, el verle digo, podía seguir con la última conversación qu habían tenido.

Pues bien, esa fue mi sensacion con ese café hotelero de hace unas semanas, con esa gran familia que crece por momentos. A ver cuando repetimos, la próxima vez, a ser posible, más al norte.

Nunca está de más recordar viejos tiempos, vivir el presente y compartir el futuro.

15 mayo 2010

388. Un breve abrazo

¿Cuándo acaba una por madurar definitivamente? Creo que es una fase tan progresiva que yo, al menos, nunca llegaré a completarla. Ayer fue mi santo, un motivo para mi de celebración, no por nada místico o religioso sino más bien como un homenaje a aquella persona a la que debo mi nombre. Ya lo conté el año pasado y no quiero volver a repetirlo, cuánto amor daba mi abuela sin tener apenas nada y sin querer recibir nada a cambio!.

Todos los años, en este día especialmente pero también muchos otros, me acuerdo de ella, de su fuerza, de su empuje, de todo lo que pudo aguantar de forma callada. Está claro que estaba hecha de otra pasta,de esa que asumes cuando la vida te deja más de una vez en la estacada.

Por eso me gusta recordar tanto este día, ¡qué pena que haya gente que no lo entienda!

Yo, por desgracia, no me parezco a ella, y aunque cada día tengo más claro lo que quiero o más bien cuando cada día tengo más claro lo que no quiero, hay situaciones que me pueden, que consiguen derrumbarme. Y me derrumbo y caigo, caigo en un agujero bastante profundo pero ahora, a diferencia de tiempo atrás, no mucho tiempo atrás, rápidamente vuelvo a levantarme porque hay cosas contra las que es imposible luchar, hay cosas que no es necesario decir,que hay que intuirlas y si no se intuyen, o si se intuyen pero es como el que no quiere ver, es que algo falla.

Sin derechos y sin obligaciones, así es mi vida, qué lástima que todo lo que yo puedo dar se esté quedando dentro de mí. Sí, cada día estoy consiguiendo sustentar o sostener mis principios con una base cada vez más sólida. Me estoy haciendo fuerte pero, joer, cómo cuesta convertirse en Sanson.

Hay veces que con un simple y breve, brevísimo abrazo basta y sobra, eso es lo que me hacía falta.

10 mayo 2010

387. El que tiene un vicio...

si no se mea en la calle se mea en el quicio!

No, la tercera no es verdad que es la vencida, al menos en mi caso no. ¿Veis ese cuadro verde a la derecha del blog? Pues olvidaros de que existe. A partir de ahora será la voz de mi conciencia, pero solo eso.

Necesito volver a concienciarme pero ahora, ahora no puedo ni pensar en ello. Eso sí, no sé si como autoengaño me ha marcado unas pautas, unas reglas de oro que espero cumplir. Hoy de momento lo estoy haciendo.

Nicotina, ese gran demonio!!!

04 mayo 2010

386.Peñeros en la distancia

‘V. de la Peña viene
V. de la Peña viene
para montar a caballo
y por eso vida mía
no puedo estar a tu lado’

Cada vez que se acerca el mes de abril, ese último domingo que tanto significa para los que nos sentimos peñeros, retumba ese estribillo en mi cabeza. Empiezo el día con una canción que ya me acompaña durante toda la jornada, que no puedo dejar de repetir, que no me canso de repetir y que, de hecho, hace que afronte los días con más ilusión, con más ganas de hacer cosas y consciente de que la cuenta atrás para estar en mi romería, en nuestra romería, ha comenzado.

Un estribillo que acaba derivando en otros, extraídos de viejas cintas de ese Coro de la Hermandad de Puebla de G., de ese grupo Andévalo que ha sabido poner música y letra a la emoción, a la devoción y a un sentir comunitario que extiende sus lazos más allá de las fronteras puebleñas, que pasa por Huelva, por Madrid, Cataluña, País Vasco, Alemania, Suiza u Holanda… donde siempre se conoce al puebleño, al peñero diría yo, porque, como dice la canción, ‘va dejando el rastro de la V. de la Peña’.

Lo del caballo del estribillo, para quien como yo disfruta de su fe con los pies en el suelo, es lo de menos. Quizás haber nacido y crecido a más de mil kilómetros de distancia de ese Cerro del Águila influya en la manera de mamar la tradiciones, que no en la forma de sentir la emoción.

Nací en Cantabria por casualidades del destino, fruto de ese éxodo que sufrió la Puebla hace ya varias décadas. Hija y nieta de puebleños, de mineros vinculados a Herrerías, mi vida ha estado marcada desde bien niña por las idas y venidas a ese rincón del Andévalo, por fechas en rojo en un calendario donde el año comenzaba el último fin de semana de abril cuando, ineludiblemente, teníamos una cita con Ella, teníamos que revivir esos instantes únicos que hacen a la Peña distinta, que la convierten y ahora con mayor razón de ser en Reina, en R. del Andévalo.

Recuerdo de pequeña a mi abuela rezando en su casa de Cantabria a una vieja estampa, relatando historias pasadas de procesiones, de comidas de pobres y de Balsitas. Momentos imborrables en la mente de un emigrante y que después, poco a poco, también se han ido fraguando en mi memoria, cuando conocí aquel rincón tan especial, cuando pude oler la caldereta, ver las paredes encaladas, escuchar el pito y el tamboril, probar los dulces peñeros, empaparme de las tradiciones y, sobretodo, sentir una profunda y contagiosa devoción materializada en una imagen chiquita, una talla morena que desde el C. del Águila alumbra mis pasos, como también guía los de todos aquellos que rodeamos nuestros cuellos con su medalla, todos aquellos que bien desde Cantabria, bien desde Madrid, soñamos con esa grande V. de la Peña.

El destino hizo que durante una década nos trasladáramos allí, a medio camino entre Sevilla, Huelva y Las Herrerías, un sueño más de infancia cumplido. Ya no había excusa. Año tras año la cita ya no se limitaba a unas semanas concretas al año, a esos periodos vacacionales, a esos olores, sabores y rincones que tanto se anhelan cuando se está lejos. Cada vez que había oportunidad, me escapaba al C. del Águila, a ese pequeño santuario mariano donde nunca faltan devotos. La Peña era mi Peña, la que a mí más me gustaba, la que poco tiene que ver con la parafernalia, la que se manifiesta a través de profundos sentimientos en forma de miradas, plegarias y actitudes, la que se vive en familia, con la familia.

Hace dos años regresé de nuevo a Cantabria, mi otra tierra, agarrada a un tren que sólo pasa una vez en la vida. Ese año no pude ir a la romería. Era la primera vez en 15 años que el último domingo de abril no lo pasaba en La Puebla. Me sentí emigrante en mi propia casa. Por primera vez en mucho tiempo no iba a estar en la calle Serpa acompañando a esa caballería que saca a relucir sus mejores galas; no iba a felicitar a los mayordomos, no iba a acompañar a mi V. de la Peña hasta esa P. del Potro desde donde mira a su pueblo; no iba a probar en la Casa de Fondos esa carne a la que Ella, estoy convencida, da el último toque para que conserve ese sabor tan especial; no iba a agazaparme en un rincón de la ermita esperando que el lunes, tras la procesión, los danzaores vuelvan a depositarla en su altar. Lo he dicho muchas veces; aunque la romería tiene tantos momentos como devotos, yo me quedo siempre con esos sentimientos que se desprenden el lunes en el interior de la ermita, cuando la Virgen vuelve a entrar en su altar tras la procesión… Las lágrimas que se derraman, esos vítores sacados de lo más profundo del alma, esas miradas en busca de consuelo… es imposible describir con palabras algunas sensaciones.

Mi ausencia aquel 2008 fue una excepción. El año pasado volví y este año, siempre con su permiso, regresaré a rezarla a sus pies porque, en estos momentos, cuando estoy a punto de alcanzar la treintena, no me imagino un último domingo de abril lejos de allí, no me imagino en otro lugar que no sea en esa procesión gritando junto al resto de devotos un intenso y sentido ¡Viva la V. de la Peña!