30 enero 2012

501. Internet y las emociones

Ya tengo uno de los dos articulitos escritos. Si en realidad no se tarda mucho si hay idea, el problema es cuando la hoja está blanca como la cal y no hay manera de meterle mano.

No hay duda de que internet ha traido muchas cosas buenas. Entre ellas la de poner al alcance de la vista cualquier lugar del mundo. Hoy, mientras buscaba inspiración, he encontrado vídeos de la romería, me he reencontrado con gente que hace muchísimo que no veo, a otros que por desgracia ya no veré... pero he vuelto a sentir esa emoción, ese escalofrío que me entra cuando escucho cantar tonás o fandangos a la virgen de la peña ¡Qué devoción! En estos tiempos raros, en los que todos dudamos sobre nuestras creencias, a mi me reconforta que más allá de curas, papas e iglesias todavía se mantiene esa forma de sentir, de querer, de idolatrar a una imagen.

Me parece bonito, precioso esa forma tan honda y sincera de sentir (hala, a lo tonto a lo tonto ya sé de qué voy a escribir el artículo que me falta). Lo que quiero decir es que basta con darse una vuelta por youtube para aparcar la nostalgia, para impregnarte de las visiones y de los acordes de una romería... si ya se pudiera oler sería la ostia (hablando mal y pronto)!!!!

He cantado, he reido, he recordado.. he pasado un buen rato deleitándome con cada rincón, con cada instante de esa otra tierra que también está marcada a fuego. Hoy debo decir ¡bendito internet!

29 enero 2012

500. Peñeros en la distancia

(Hoy cambio de tercio y van 500. Siete años de blog haré en julio, siete años de vida, siete años de historias, siete años de recuerdos, buenos y malos porque al fin y al cabo, qué es la vida sino un caminar de alegrías y tristezas que diría aquel)
 Voy a escribir un par de nuevos artículos para las revistas que publican las hermandades y he estado repasando antiguos textos buscando inspiración y especialmente no repetirme mucho. Creo que este no le puse, es de 2010, de la Hermandad de la Virgen de la Peña de Madrid).


 ‘Virgen de la Peña viene
Virgen de la Peña viene
para montar a caballo
y por eso vida mía
no puedo estar a tu lado’

Cada vez que se acerca el mes de abril, ese último domingo que tanto significa para los que nos sentimos peñeros, retumba ese estribillo en mi cabeza. Empiezo el día con una canción que ya me acompaña durante toda la jornada, que no puedo dejar de repetir, que no me canso de repetir y que, de hecho, hace que afronte los días con más ilusión, con más ganas de hacer cosas y consciente de que la cuenta atrás para estar en mi romería, en nuestra romería, ha comenzado.

Un estribillo que acaba derivando en otros, extraídos de viejas cintas de ese Coro de la Hermandad de Puebla de Guzmán, de ese grupo Andévalo que ha sabido poner música y letra a la emoción, a la devoción y a un sentir comunitario que extiende sus lazos más allá de las fronteras puebleñas, que pasa por Huelva, por Madrid, Cataluña, País Vasco, Alemania, Suiza u Holanda… donde siempre se conoce al puebleño, al peñero diría yo, porque, como dice la canción, ‘va dejando el rastro de la Virgen de la Peña’.

Lo del caballo del estribillo, para quien como yo disfruta de su fe con los pies en el suelo, es lo de menos. Quizás haber nacido y crecido a más de mil kilómetros de distancia de ese Cerro del Águila influya en la manera de mamar la tradiciones, que no en la forma de sentir la emoción.

Nací en Cantabria por casualidades del destino, fruto de ese éxodo que sufrió la Puebla hace ya varias décadas. Hija y nieta de puebleños, de mineros vinculados a Herrerías, mi vida ha estado marcada desde bien niña por las idas y venidas a ese rincón del Andévalo, por fechas en rojo en un calendario donde el año comenzaba el último fin de semana de abril cuando, ineludiblemente, teníamos una cita con Ella, teníamos que revivir esos instantes únicos que hacen a la Peña distinta, que la convierten y ahora con mayor razón de ser en Reina, en Reina del Andévalo.

Recuerdo de pequeña a mi abuela rezando en su casa de Cantabria a una vieja estampa, relatando historias pasadas de procesiones, de comidas de pobres y de Balsitas. Momentos imborrables en la mente de un emigrante y que después, poco a poco, también se han ido fraguando en mi memoria, cuando conocí aquel rincón tan especial, cuando pude oler la caldereta, ver las paredes encaladas, escuchar el pito y el tamboril, probar los dulces peñeros, empaparme de las tradiciones y, sobretodo, sentir una profunda y contagiosa devoción materializada en una imagen chiquita, una talla morena que desde el Cerro del Águila alumbra mis pasos, como también guía los de todos aquellos que rodeamos nuestros cuellos con su medalla, todos aquellos que bien desde Cantabria, bien desde Madrid, soñamos con esa grande Virgen de la Peña.

El destino hizo que durante una década nos trasladáramos allí, a medio camino entre Sevilla, Huelva y Las Herrerías, un sueño más de infancia cumplido. Ya no había excusa. Año tras año la cita ya no se limitaba a unas semanas concretas al año, a esos periodos vacacionales, a esos olores, sabores y rincones que tanto se anhelan cuando se está lejos. Cada vez que había oportunidad, me escapaba al Cerro del Águila, a ese pequeño santuario mariano donde nunca faltan devotos. La Peña era mi Peña, la que a mí más me gustaba, la que poco tiene que ver con la parafernalia, la que se manifiesta a través de profundos sentimientos en forma de miradas, plegarias y actitudes, la que se vive en familia, con la familia.

Hace dos años regresé de nuevo a Cantabria, mi otra tierra, agarrada a un tren que sólo pasa una vez en la vida. Ese año no pude ir a la romería. Era la primera vez en 15 años que el último domingo de abril no lo pasaba en La Puebla. Me sentí emigrante en mi propia casa. Por primera vez en mucho tiempo no iba a estar en la calle Serpa acompañando a esa caballería que saca a relucir sus mejores galas; no iba a felicitar a los mayordomos, no iba a acompañar a mi Virgencita de la Peña hasta esa Pisá del Potro desde donde mira a su pueblo; no iba a probar en la Casa de Fondos esa carne a la que Ella, estoy convencida, da el último toque para que conserve ese sabor tan especial; no iba a agazaparme en un rincón de la ermita esperando que el lunes, tras la procesión, los danzaores vuelvan a depositarla en su altar. Lo he dicho muchas veces; aunque la romería tiene tantos momentos como devotos, yo me quedo siempre con esos sentimientos que se desprenden el lunes en el interior de la ermita, cuando la Virgen vuelve a entrar en su altar tras la procesión… Las lágrimas que se derraman, esos vítores sacados de lo más profundo del alma, esas miradas en busca de consuelo… es imposible describir con palabras algunas sensaciones. 

Mi ausencia aquel 2008 fue una excepción. El año pasado volví y este año, siempre con su permiso, regresaré a rezarla a sus pies porque, en estos momentos, cuando estoy a punto de alcanzar la treintena, no me imagino un último domingo de abril lejos de allí, no me imagino en otro lugar que no sea en esa procesión gritando junto al resto de devotos un intenso y sentido

¡Viva la Virgen de la Peña!





¡Viva la Virgen de la Peña! 

25 enero 2012

499. Más tontos que ventanas!

Pero como se puede ser taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaan tonto? (entendiéndose tonto como un neutro aplicado a cualquier género)

Me hierve la sangre, aunque a mi ni me vaya ni me venga, pero me hierve la sangre porque hay cosas que no puedo, no puedo y no puedo.... y se acabó!!!

Hay gente que se aburre, que se aburre tantísimo que no tiene otra cosa que hacer que emplear cada minuto de su tiempo en sentirse protagonista, protagonista encima de un absurdo, de una mentira que va construyendo ladrillo a ladrillo.

No se puede generalizar pero es verdad que en esta mi bendita tierra hay más tontos que ventanas.

Si, ya sé que tontos habrá en todos los sitios pero aquí es una cosa espectacular. Pero no tontos de esos a los que su cabeza no les da más de sí, sino tontos de tontería que si me apuran y me dan a elegir preferiría mil veces ser tonto a secas que tonto de tontería porque el ridículo es cien veces mayor. A fin de cuentas, un tonto a secas, ni siquiera suele enterarse de que lo es.

Mi madre siempre dice que donde uno se cree que hay jamones no hay ni estacas donde colgarlos y una vez más da en el clavo... o en la estaca en este caso.

Lo peor no es la gente que no tiene sino la que sin tener se da una importancia extrema, se autoengaña al tiempo que engañan a quien no les conocen a fondo.

Siendo comprensiva, igual es cuestion de autocompadecerse de este tipo de personas porque al fin y al cabo deben pasarlo tan mal intentando aparentar lo que no son que la vida debe ser una continua frustración, una constante prueba sin superar.

¿Y estoy yo pensando? Que nadie, jamás de los jamases, se compadezca de mí, uf, ¡qué triste! ¿no?

¡Bendita humildad!

01 enero 2012

498. Felicidad

¿Es posible empezar un nuevo año sin propósitos? Yo este año soy más bien de 'virgencita, que me quede como estoy'. Que al menos sea como 2011, conformismo puro, ya saben.

Aunque bueno, por pedir que no quede y a los consabidos regímenes y dietas propias del comienzo de otro nuevo ciclo, pues yo sería también convencional pidiendo ante todo salud para todos pero más que nada para mi madre, trabajo para quienes lo perdieron y el amor de pareja para los que lo ansían y ya si de paso me toca un pellizquito en el Euromillón pues... ¡bienvenido sea!.

Si ya lo digo yo, estas navidades están siendo extrañas, muy raras pero siempre el secreto está en buscar la esencia a cada cosa y yo a la Nochevieja se la encontré, podría haber sido mejor o haber sido peor y sin embargo fue diferente, especial si me permiten, incluso única diría.

Ya solo queda Reyes y a mi dos días de vacaciones para culminar regalos y disfrutar de mi familia, también de los amigos. Y luego el contador vuelve a cero, a empezar un año que se antoja difícil pero al que también hay que exprimir todo su jugo.

Felicidad, eso es lo que yo pido!