11 noviembre 2011

492. Obligación y devoción

Recuerdo de niña que el Día de Todos los Santos era un acontecimiento familiar de primer orden. Era un domingo pero un domingo raro. La familia no se reunía en torno a unas viandas, sino que pasaba al lado más místico para recordar a todos los queridos que ya faltaban.

Era una peregrinación al camposanto. Recuerdo riadas de gente subiendo a Potrañés, al de este mi pueblo, en un día que aunque festivo no solía ser agradable para nadie.



Alllí arriba mientras que los más pequeños jugábamos al escondido disimulado entre nichos, mientras buscábamos las flores más bellas del cementerio... los mayores hablaban en silencio con sus muertos. Recuerdo el altar donde se hacía la misa y a un Don Francisco ya mayor pronunciando un sermón que luego descubrí que se repite cada año. Hasta en las escrituras está todo estudiado!!

A día de hoy, con esto de los nuevos tiempos, de la modernidad, hay tradiciones que se van perdiendo paulatinamente. Las flores siguen adornando el cementerio cada 1 de noviembre pero, sin embargo, hace tiempo que dejó de ser cita familiar ineludible. Es más, ahora es más probable que quien quiera recordar a sus seres queridos en una fecha específica del calendario, elija los días previos o posteriores para acercarse hasta el camposanto y más íntimamente rendir tributo, hablar con los ausentes.

En mi caso fue una mezcla de obligación y devoción la que me empujó a acercarme, no el día señalado pero si el posterior a ver esas flores, a entristecerme pensando en un ayer que ya no volverá pero que fue feliz.

Cumplí con la obligación y el año que viene sé que volveré a hacerlo, aunque cada día me guste menos visitar ciertos espacios.

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