12 junio 2010

393. El reencuentro

Ayer, después de seis meses, el camino de N. y el mio volvió a cruzarse. Aunque Santander sea como un pueblo pueden pasar muchos años sin que veas a la gente, jolin, me pasa en Astillero, como para que no me pase en Santander!

No puedo negar que había pensado muchas veces en ese momento, en ese reeencuentro pero, a medida que iban pasando los meses, se iba diluyendo en mi, esa no sé si llamarlo esperanza, no, esperanza no, ese retortijón que pensaba que me entraría al volver a verlo, sin mas, como un amigo con el que he compartido mucho.

Es evidente que fue raro. Fue un encuentro casual, estoy convencida de que llevábamos mucho tiempo los dos en el mismo bar sin haber reparado el uno en la otra o la otra en el uno. Y fue de camino al baño, como suele ocurrir, cuando le ví, su altura tampoco me lo puso complicado, todo hay que decirlo. Aunque el alcohol ya corría fluidamente por mis venas y es posible que mi realidad esté algo alterada, ahora mismo creo que los cuatro pasos que me separaban de el y en el que los dos ya nos estábamos mirando, se me hicieron eternos.

Él estaba como expectante, a ver cómo le entraba yo, incluso ahora que lo pienso, nervioso, pero yo, lejos de malos rollos, le planté dos besos con la mejor de mis sonrisas y ya ni siquiera me dejó preguntarle él típico y mitico "¿cómo te va?".

Fue más espontáneo, aunque más doloroso para mi, un "¿has vuelto a fumar?". En realidad, yo no estaba nada nerviosa, el efecto tranquilizador del tequila, supongo. Fue iniciar una conversión natural, entre dos amigos que hace tiempo que no se ven. Él también lo puso fácil. Me robó un tiro del cigarro en una confianza que yo jamás hubiera usurpado en caso contrario.

Una conversación intrascendente pero cordial y agradable.

No se me revolvió el estómago pero pasaron por mi cabeza grandes momentos, y eso es lo más importante. Ya no tengo miedo a nuestro próxima coincidencia santanderina, al fin y al cabo conocidos hay muchos por todas partes y este acabará siendo uno más con el que, sin embargo, compartí unos meses geniales. Ahora, de momento, sólo me queda su olor, que se me ha pegado a la nariz y no se desprende.

Ayer aprendí otra lección. Es absurdo preocuparse por nimiedades de este tipo, imaginarte la situación en tu cabeza porque luego cuando llega, nada ocurre como tu has soñado.

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