09 abril 2007

159. Qué hacer cuando no kieres más cubata? Que la tierra te trague

¿No os ha pasado nunca que llega un momento determinado de la noche en la que ya estais hartos/as de alcohol y vuestro vaso está lleno y no quereis dejarlo así delante de la gente que esta con vosotros y preferís tirarlo? ¿No?? Pues a mi tampoco, la verdad, pero podría haberme servido de excusa para explicar el desaguisado que armé el otro día.

Resulta que Cristina, la Lila, nos ha deleitado con su visita a esta fantástica tierra el pasado fin de semana. Vino con una amiga, Mireia, muy maja, por cierto (¿Se nota que he dado a las dos la dirección de este blog...?). La cosa es que el viernes salimos las tres por la Puebla a tomar algo. La cafetería estaba bastante bien de gente pero en la discoteca no había ni Dios. Estuvimos en la cafetería y en la Bomba y al ver que en la super disco no había nadie pues volvimos a ir a la cafetería, ya explicaré después el porqué. Nos sentamos en una de esas mesas altas con taburetes con nuestros copazos y yo me puse a explicarles cómo funciona lo de la romería, lo de las tradiciones y demás. A medida que avanzaba en mi relato, la pasión me invadía por momentos y las manos empezaron a acompañar a mi voz para que mi explicación fuera lo más gráfica posible. Pero llegó un momento que mi mano no vio mi cubata (al que solo le habia dado dos sorbitos), le rozó y el vaso se volcó sobre mí, mojándome de arriba a abajo el vestido que llevaba. CALADA. ASí me quedé. Si hubiera puesto el vaso de cubata donde el vestido terminaba, hubiera podido recuperarlo, porque escurría. Llenita de Cacique con Limón me quedé.

Pero eso no fue lo peor. Lo peor son esas milésimas de segundo en la que parece que el mundo se para porque eres el centro de atención de todas las miradas de la cafetería. Esas milésimas de segundo donde ves paso tras paso como todo el mundo se gira para dirigir su vista al epicentro del ruido, osease, la que esto escribe, al tiempo que notas como en tu cara se ha encendido un calefactor invisible que hace que enrojezcas por momentos hasta que tu rostro parece que va a explotar.

Si por si aún no era suficiente el ridículo hecho, la camarera, que no había perdido detalle, en voz alta me saca un pedazo de rollo de papel de cocina enorme, o al menos eso me parecio a mi, y me dice: "Toma, limpiate con esto. Quedatelo ahí todo el tiempo que quieras". y por si todavía no bastaba, er Cani, el chico del excusado, Pope o, simplemente, Antonio, fue testigo de todo el remojón...

¡Qué soberana vergüenza!

Pero lidié el temporal bastante bien, como si apenas me hubiera mojado, tan natural como la vida misma, a pesar de que el frescor no me abandonó el resto de tiempo que estuvimos alli y a medida que pasaba el tiempo me sentía más y más pegajosa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tu lo que pasa es que no sabias como hacer para que el chico del excusado te mirase!!! ajjajaja, pobree, que verguenza!!!!