20 septiembre 2009

339. Una cuestión de altura

Mirar a todo el mundo por encima del hombro puede resultar en algunas ocasiones hasta divertido, provocador e interesante, especialmente ante algunas personas que la humildad se la dejaron por el camino.

La vida no está diseñada para los altos, especialmente hace unos años pero ahora tampoco. Imaginaros los cines de antaño. No iban en cuesta. Tu te sentabas y como superaras la altura media y el de atrás fuera más bajito, le habias jodido la proyección, en vez de una película veías un cogote.

No obstante, no es el único caso. Hay recintos levantados hace pocos años cuyos arquitectos tampoco preveyeron que quizás a un alto también le guste el teatro. Imaginate que quieres ir a una obra, a un concierto o a un recital, yo que sé pero que el espacio entre asiento y asiento sea tan mínimo que no te quepan las piernas. ¿Cómo es posible? Pues sí, es una realidad. Y claro, si no entras, no entras, y no hay donde escarbar o si entras igual lo haces tan justo que cuando sales tienes todo el cuerpo atrofiado.

Un ejemplo más. La plaza de toros. Si ahí todo el mundo está como en una lata de sardinas, un alto no entra o si entra le debe de meter la rodilla al que tiene delante hasta tal punto que es capaz de que al señor de delante le salga por la barriga.

Olvidémonos del mundo de la cultura. Pensemos en un hospital nuevo, casi recién inaugurado. A las personas como yo, de altura estandar, nos pasa desapercibido pero si nos fijamos nos daremos cuenta de que los techos son muy bajitos. A un alto, en cambio, esto no le pasa desapercibido, más que nada porque ya se habrá dado el primer cabezazo en el techo.

Para todo existen soluciones. Llegar antes a los sitios para asegurarte un sitio en la parte de atrás, ignorar que existe ese recinto escénico, reservar esa butaca en pleno pasillo para que puedas estirar las piernas, reservar tu localidad y la de delante en los toros... ser educado también tiene un precio y las miras previas son señal de buena voluntad.

¿A qué viene esto? A una simpática conversación de viernes por la noche, más divertida contada en primera persona, por supuesto. Vamos, que me aburría y me apetecía contarlo.

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