21 octubre 2012

515. Croacia (I)

Según van pasando los años, se gana en experiencia, más si de lo que se habla es de viajes. Hace unos meses una amiga me comentaba sorprendida, sorprendidísima diría yo, que en los hoteles la bebida no está incluida ni en la media ni en la pensión completa. El comentario a mi, si me sorprendió por algo, fue precisamente porque, sin dármelas de listilla, es algo que yo ya tengo asumido desde hace bastante tiempo. De hecho, es donde te clavan, por una botella de agua te pueden cobrar tranquilamente cuatro y cinco euros.

El caso es que también hay excepciones, el hotel de Cavtat en Croacia, cerca de Dubrovnik es un claro ejemplo de ello pues a pesar de ser de tres estrellas, nuestros septiembres suelen ser de cuatro, el agua venía incluida en el precio (eran jarras de agua del grifo pero estaba incluido, el resto tenías que pagarlo).

Pero volvamos al principio. Hablaba del potencial de la experiencia viajera porque después de que hace un par de años, cuando fuimos a Malta, nos cobraran casi 200 euros por dejar el coche en el aparcamiento de la T2, o de la T4 de Barajas, no recuerdo, pues hemos ido preguntando a la gente más viajera para ver qué hacían ellos cuando sus vuelos salían desde la capital española. Así nos hablaron de un gran descampado en Barajas Pueblo, donde aparca el personal del aeropuerto y donde al parecer no suele pasar nada. Con el bendito GPS llegamos al pueblo sin pérdida y en lugar del escampado encontramos aparcamiento en una calle residencial. De ahí al metro, dos paradas a la T-4 (3 euros de suplemento más 1,5 del billete normal) y rumbo a ese destino dalmático que teníamos en miras desde hace ya varios años.

El avión sale con 25 minutos de retraso sobre el horario previsto. Es de la compañía Iberia y eso si en algo se nota frente a las low cost es en la comodidad de los asientos y en que no parece un rastro donde puedes comprar de todo.

Dos horas y media de vuelo y llegamos a nuestro destino. Por primera vez, nos está esperando un chófer con nuestros nombres en un papel, al más puro estilo americano. Gulliver nos lleva en su Audi al hotel de Cavtat (chaftat se pronuncia), a 15 kilómetros de Dubrovnik. El pueblín está a apenas diez minutos del aeropuerto. Es media tarde.

Iberostar Epidaurus es nuestro alojamiento. Un hotel de tres estrellas con muy buen aspecto exterior y con necesidad de un lavado de cara en el interior. La primera impresión es buena. Al ser una cadena española, hablan castellano en la recepción, chapurrean más bien, y lo primero que hacemos es cambiar euros por Kunas, la moneda local, aunque en la mayoría de los sitios se admiten euros. Es septiembre de 2012 y un euro equivale aproximadamente a siete kunas. A partir de ese momento, la tabla del siete se convierte en nuestra aliada, nuestra amiga más fiel, la he refrescado a las mil maravillas para hacer los cálculos de euros a kunas y viceversa.

Dejamos las maletas y nos vamos de expedición por Cavtat antes de cenar. Está formado por varios entrantes de mar, como si fueran pequeñas bahías y hay mucho pino y demasiado ciprés. Quizás es por el rollo de que en España los cipreses son árboles de cementerio pero lo cierto es que confieren su encanto al lugar. Me suena de películas que el Mediterráneo es mucho de ciprés más allá de las relaciones de ultratumba que yo tengo.


Cavtat está muy bien. Es un pueblo tranquilo pero con tiendas de souvenirs, bares y restaurantes suficientes para no echar de menos el bullicio. Se nota que estamos en el Adriático, no sé, recuerda mucho a lo que yo me imagino que tienen que ser las islas griegas. Una tranquilidad del disfrutar de lo que se tiene por encima de todas las cosas. No sé, es una paz mágica.

El paisaje del pueblo es espectacular, con las aguas cristalinas, los barcos salpicando el mar... El paseo de vuelta al hotel es a pie de costa, por una especie de sendero rodeado de pinos y cipreses. La cena también es buffet y tiene cocina en directo de carne y pescado. La primera impresión es buena, poco tiene que envidiar a los de cuatro estrellas, aunque a medida que pasan los días esta apreciación va desapareciendo porque lo que hacen es repetir y repetir los mismos platos. Aún así está muy bien, yo creo que es más el rollo de que nos hemos malacostumbrado a lo bueno.


Después de cenar volvemos al centro del pueblo. Nos tomamos unos cócteles en uno de los bares de una hilera de terrazas que hay con vistas a yates de esos que hacen las delicias y despiertan las envidias de mucho en Puerto Banús. ¡Poco tienen que envidiar al puerto marbellí! Los yates que hay en Cavtat atracados son impresionantes, de quitar el hipo. Los cócteles al cambio son cinco euros más o menos, está muy bien de precio.

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